Strawberry Cheescake

martes, 23 de febrero de 2010

Like a bleeding heart.

Necesito confesar la pena que llevo dentro y no se me ocurre lugar de auxilio o persona viva que pueda hacer más liviana mi carga espiritual. Porque yo, a diferencia de Abelarda, no obtengo descanso con postrarme en un confesionario.

Todo se remonta a la noche pasada. Jamás creí que la noticia de ese suicidio previsto fuese a afectarme tanto. Su lectura evocó en mí el recuerdo de Andrés Hurtado, que había corrido similar suerte, con la que ya tan lejana me queda, lectura del Árbol de la Ciencia. Pero la maestría de la ágil descripción y vivacidad de díalogo que tanto admiro de Baroja no me caló más en la moral que en el corazón; sin embargo, la minuciosa (y en más de una ocasión, a mi gusto pesada) descripción de Perez Galdós en los últimos 17 capítulos logró abrirme en canal el corazón. 
No entendía por qué derramaba lágrimas al leer que Cadalsito se iría a vivir con su tía Quintina, cuando Dios le reveló el aciago futuro de su abuelo Ramón Villaamil; por qué ese nudo en la garganta cuando Abelarda loca por la pasión se abalanzó sobre Luisito para intentar darle muerte; no lo sé. Porque a priori, era un libro que no me gustaba, y aunque a la mitad me hubiese enganchado a los ires y venires del cabrón de Víctor, el pesimismo vital que desprendía el libro en su fase final despertó un antiguo miedo mío, revocado al olvido.

Fue al leer 'la rebelión' de Villaamil, sus pensamientos, tan ricamente detallados, los que avivaron en mí el fuego de la humanidad (de la que ocasionalmente, en tablones de tuenti, con un golpe de lucidez me quejo por mantener cual llamita de cerilla). Su firme decisión de acabar con su vida, y la tranquilizadora libertal, de la que momentos previos a suicidarse disfrutó...

Sólo recordarlo se me humedecen los ojos. Pero es que el sentimiento que se me instala en el pecho cada vez que pienso en la muerte, en sin duda lo peor que he sentido jamás, lo más cercano a la desesperanza. Lo que se llama, vaya, un miedo irracional. Como todos mis miedos, como mi único miedo: el que padezco hacia las cosas que escapan a mi comprensión.

 

El caso es que, al instante siguiente de leer aquel 'Pues... sí...', rompí a llorar. Y con unas ansias de las cuales hasta yi me sorprendí. Me acosté, apagué la luz, pero ni cesaba el llanto, ni la intensidad con la que lo llevaba acabo. En esos momentos la verdad que agradecí la privacidad con la que cuento en mi casa, pues no suelo tomar como plato de buen gusto que nadie me vea llorar. 
Para no ahogarme en mi mar de lágrimas, me recompuse a oscuras y me senté en la cama (puede sonar a metáfora, pero lo digo totalmente literal; llegó un momento en que la fuerza de la congoja casi me impedía respirar).  Intenté pensar motivos para aquella tristeza supina, extrema, pero por más vueltas que le daba, no llegaba a ninguna parte. ¿Cómo una persona como yo, que jamás ha tenido una experiencia cercana de muerte (ni en mí, ni en ningún ser querido, ni siquiera en conocidos) podía tomarse tan a pecho el simple y natural hecho de expirar?

Entonces los recuerdos se fueron sucediendo, mientras la horrible sensación no dejaba de oprimir mi pecho. Recordé de pronto, que de pequeña, ya unos años después de ocurrir, cuando me enteré de la muerte de mi abuela, deseaba en muchisimas ocasiones que ella se me apareciese del otro mundo, como fantasma, como fuese, y que me dijese que seguía ahí. Puede sonar de desequilibrada, pero es que llegó a alcanzar la categoría de demencia (esto ya es demasiado personal, y prefiero guardármelo). Entonces creí dislumbrar el quid de la cuestión: ¿Tanto me cuesta aceptar que tras la muerte, está la nada?
Porque antes de llegar a esta conclusión, di previo repaso a mi fe y a toda la cuestión de la religión, también sorprendida de algunas conclusiones que saqué; como por ejemplo, que por muchas veces que me declare atea, siempre lo hago de boquilla porque a la hora de la verdad, siempre me encomiendo a Dios. ¿Por haber recibido educación fuertemente cristiana los primeros años de mi vida? No estoy segura. Algo tendrá que ver, pero ahora que ya he forjado mi personalidad, y que mi capacidad crítica ha procesado hasta triturar tantas y tantas cuestiones del mundo moderno para sacar mis propias conclusiones, siempre me sorprende encontrar en mí algunas posturas dogmáticas.

Pero al fin y al cabo, ¿no voy a dedicar mi vida a una de mis creencias, que es depositaria de una cantidad ínfima de mi fe? ¿Acaso no me voy a jugar todo por la nada, no persigo un ideal imposible, al que pienso entregarle todo sin esperar nada a cambio? Tampoco me extraña creer en un Dios, al menos, un poco.
Aunque esta mañana analizandolo, una preconizadora del azar no puede contradecirse de tal forma. 
Esta no es la cuestión de todos modos.

Poco a poco, el llanto remitió, y me quedé pensando en las noticias de la noche, y en concreto, en la del 'error' de la Otan y las vidas de los 30 civiles que se había costado por confundirlos con insurgentes...
Dos cuestiones me golpearon: ¿Qué habrá sido de sus conciencias/almas, estarán ya en el ficticio cielo? Y en cualquier caso, ¿es 'justo' que cuando mueran los que cometieron tal atrocidad, aunque fuese por 'error', sean acogidos en el mismo cielo?...
 Y yo, ¿qué coño estoy pensando? Aquí, reflexionando, y llorando por agarrarme como una garrapata a la vida... ¡Yo! que vivo rodeada de todo tipo de lujos burgueses.... ¡Yo! que tengo todos los días un plato sobre la mesa a la hora de comer... ¿Dé qué se supone que me estoy quejando, qué derecho tengo a temer la muerte, yo, que puedo consumar cada etapa de la vida con gloria si ningún accidente fortuito me lo impide...?

Qué egoísta.

Y de ahí, hilando hilando, me desvié por otras ramas de discusión que ya si que no quedan a cuento.
En cualquier caso, podrá sonar toda esta narración a estúpida, pero la gran carga religiosa que tiene Miau (de la que ansío conocer el significado último, a ver si buscando por internet hay suerte) lo puede justificar un poquito.

Pero lo que finalmente me hizo conciliar el sueño, fue una última resolución que brilló en mi cabeza como estrella polar, y guió a mis sentimientos, más serenados, hacia las manos de Morfeo.

''Ya no importa si mueres. Porque tu vida ha servido para algo. Le has hecho feliz, y has sido feliz con él. Ya no importa si muero, puedo hacerlo en paz sólo por haber tenido la tremenda dicha de vivir con amor.''




Perdónenme sinceramente si encuentran este texto absurdo, inconcluente, desordenado o simplemente, malo. Me disculpo de mi personalidad utópica y bohemia, ya de paso.
Pero necesitaba desahogo, eso es todo.


SOBREVIVIR

He aparecido de repente,
como en el silencio en un pueblo que no conozco,
entro a una cafetería, pillo sitio
y me pongo a mirar a mi alrededor:
una pareja besándose, desafiando al mundo,
succionando vida,
inflando beso a beso su amor,
hasta que apenas dejan sitio para los demás
así me pongo a mirar a la televisión...

Aunque las noticias,
todas o casi todas las noticias
les enseñan los dientes a la
felicidad, la escasa felicidad:
Sanz dice que no al euskera
tres palestinos al hoyo, gol del real Madrid,
arma tiro pum, detenidos atados en cualquier
parte y me pregunto qué es esto
si vivir o permanecer vivo, vivir
o permanecer vivo, sobrevivir sin ti

La gente ríe de vez en cuando
cada cual se guarda sus miedos
para sí mismo
somos así
ansiedad, un pozo profundo, no
es nada bueno lo que siento
a veces, a menudo, demasiadas veces,
con mucha frecuencia
me doy cuenta de que no estoy bien
camarero: un café; sólo y doble
esta noche no quiero tener sueños...

Basta ya, no quiero parecer
demasiado oscuro sólo quiero levantar el ancla y
salir al mundo exterior
pero me cuesta, sí
y no hablo de arrepentimientos
ni de culpas
es que tengo varias heridas aún
abiertas
eso es todo, perdona.

Quisiera cambiarte mis poemas
por aquella novela que
escribiste una vez,
para saber de una vez por todas
qué es lo que hacías
mientras yo estaba sufriendo.

Deseo que seas tan feliz como pareces.

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