Orange Sherbet

lunes, 3 de mayo de 2010

Interesante mujer Fedra, y majestuoso el parecido que guardo con ella. 


Monólogo de Fedra, por Unamuno.
(Que no es la tragedia auténtica griega sobre esta mujer, pero se las arregla maravillosamente.)


(Fedra está semitumbada a cierta distancia de una sombra inmóvil que se intuye, y que es la de Eustaquia. En algunos momentos, Fedra se dirigirá a ella, en otros la rechazará o simplemente hablará para sí.)

Ya veo acabarse esta tortura… No podía vivir más. Había creado un infierno. (Se incorpora.) Los dos enfrentados… Yo sé que ahora vendrá (Convulsa.) Pedro consentirá que venga a darme el último beso. Y él… ¿me perdonará? Vendrá… y ahora no quiero morir porque va a venir. (Crece en su inquietud.) Quiero estar con él, vivir con él, juntos… (Sobre la frase se irá derrumbando.) No en su cuarto, sobre su cama, donde he llorado su ausencia.  
(Pausa. Cambia a un tono grave de voz. Reflexiva.) El diablo te empuja, te envuelve y te hace gozar con tu desgracia. ¿Qué hacías tú llorando sobre el lecho vacío de tu hijo…? (Tras una pausa, nerviosa, mientras se retuerce los dedos de las manos.) No, el diablo me observa. Un diablo vigilante, al acecho, un diablo de la guarda… y yo le reconocí inmediatamente. (Suelta sus manos y se pone en pie.) Es ese terrible Marcelo. Me atravesaba con su mirada, lo sabía todo desde el principio, y jugaba a arrebatarme a mi hijo y a entregárselo… Hipólito. (Avanza con la mirada fija en la sombra de Eustaquia.) Y jugaba conmigo, con todos. Pero ahora ha terminado su juego. (Sin dejar de mirarla comienza a retroceder hasta dejarse caer sentada al final de la frase.) Un juego que yo sé, Eustaquia, conocías desde siempre, desde el principio del tiempo.  
(Tras una pausa deja caer su cuerpo.) Todo termina, Eustaquia…, y me corresponde a mí acabar la partida, con una última carta que pondré sobre la mesa… (Deja correr las manos sobre su rostro y cuello.) ¡Pero sólo cuando me lleve su beso, su último beso! Y esta carta que rompe el juego se la darás a Pedro. (Se incorpora.) ¿Lo prometes, lo juras Eustaquia?
(Con la mirada perdida, su voz se debilita y su forma de decir adquiere un tono infantil. Suenan acompañando al texto las notas agudas de un piano que describen la melodía obsesiva de una caja de música.)
 

Sólo así podré ser perdonada. Necesito que me perdonen. He sido una chiquilla… como una niña. Y quiero, Eustaquia, que todo sea como en mi niñez en aquel colegio de monjas. Y siento que me estoy haciendo niña… una niña que se ha portado mal… Y si me arrepiento se podrán abrazar padre e hijo sobre mi recuerdo…; e iré al cielo que imaginaba de colores azules y blancos…, y cuando llegue allí me mirarán todos, me rodearán lentamente…, y vendrá la Virgen y su Hijo… (Tras una breve pausa su voz se torna grave, y se pregunta extrañada.) ¿Mi hijo?... y me perdonarán todo, todo… (Otra vez una breve pausa. Su voz se va quebrando.) … hasta mi último crimen, el de mi muerte.

(A partir de esa frase se establece un diálogo entre las dos Fedras.)
Pero esto que has hecho Fedra es un pecado muy grande.
¡Es un sacrificio!...
Sacrificio hubiera sido decir la verdad, toda la verdad…
Sin muerte no hay sacrificio…
Pero la muerte es de Dios…
¡Dios me la ha mandado!...
Eso es una blasfemia, Fedra

(Se levanta y avanza lentamente hacia la embocadura con la mirada cada vez más perdida.)

Él, el Hijo, se dejó también matar. Me perdonará… ¿verdad? Tengo mucho frío, Eustaquia, y se me cierran los ojos… Sólo veo colores azules y blancos… los del cielo. Llévame a la cama, Eustaquia, llévame. Pero antes de dormirme vendrá a darme el último beso, ¿verdad? Vendrá Hipólito y me dará un beso…
[...]
Esa clase de mujer que se las arregla para quedarse absolutamente sola por culpa de sus fervientes deseos y sus estúpidos caprichos. 
Esta clase de cosas que ocurren por renegar de la venerable Artemis.


Alice, tienes que aprender a dejar de evadir tus responsabilidades. 
Enfréntate a los problemas de cara. Responde. Dilo...
 ¡Dilo! 

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