Óscar

jueves, 29 de julio de 2010

Mi amiga Marina es una de esas princesas sin castillo que vagabundean por la vida, aturdidas por la bajada repentina de su lecho de algodones a la realidad más deplorable.
Más que una mujer, es una muñeca rota. Cree firmemente que no vale para nada, y no se equivoca. Aún teniendo los ojos tan claros, lo ve todo muy oscuro. Vive como quiere, y no quiere lo que vive. Siente que lo sabe,  y no sabe lo que quiere.
No sabe estar sola, pero aún entre los brazos más cálidos, ella siempre siente frío.  Quiere a sus amigos, y sin querer les hace daño. Huye desesperada del hoy buscando refugiarse en un mañana, y en el fondo lo que más desea es que ese mañana nunca llegue. Todo en esta vida le da miedo, y no se atreve a no vivirla.
Es una muñeca rota, o contradición en sí misma.
Los borbotones de sangre sobresalen de las tiritas que pega ignorante sobre su corazón para curar sus heridas. Nunca ha querido dejar a otra persona que la sane, y ella no puede. Porque sabe que nadie puede.
Porque la vida es así, salvaje y sin riendas.

Yo odio a Marina. La detesto desde lo más profundo de mi alma. Y si algún día por fin nos vemos a la cara, se lo haré saber.

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