Strawberry

sábado, 31 de julio de 2010

-¿Has hecho esto antes?
-Claro. Cientos de veces. Bueno, muchas veces.
-¿Con miembros del Partido?
-Sí, siempre con miembros del Partido.
-¿Con miembros del Partido del Interior?
-No, con esos cerdos no. Pero muchos lo harían si pudieran. No son tan sagrados como pretenden.
Su corazón dio un salto. Lo había hecho muchas veces. Todo lo que oliera a corrupción le llenaba de unaesperanza salvaje. (...)
-Oye, cuantos más hombres hayas tenido, más te quiero yo. ¿Lo comprendes?
-Sí, perfectamente.
-Odio la pureza, odio la bondad. No quiero que exista ninguna virtud en ninguna parte. Quiero que todo el mundo esté corrompido hasta los huesos.
-Pues bien, debo irte bien, cariño. Estoy corrompida hasta los huesos.
-¿Te gusta hacer esto? No quiero decir simplemente yo, me refiero a la cosa en sí.
-Lo adoro.
Esto era sobre todas las cosas lo que quería oír. No simplemente el amor por una persona sino el instinto animal, el simple indiferenciado deseo. (...) 
Pero ahora no se podía sentiramor puro o deseo puro. Ninguna emoción era pura porque todo estaba mezclado con el miedo y el odio.
Su abrazo había sido una batalla, el clímax una victoria. 
Era un golpe contra el Partido. Era un acto político.

 Esta noche, soñé que me moría. 
Que moría yo, y el resto de la humanidad.
Supongo que hablar de planes de la CIA con respecto a posibles cometas que en futuros años remotos colisionarán con la Tierra (o eso se estima en pequeño porcentaje) y e intercambiar pareceres intelectuales y sentimientos varios acerca de la existencia y el sentido de la vida  antes de ir a dormir no es buena receta.
¿Sinceramente? Me gustó morirme.
¿Y más sinceramente? Me habría muerto totalmente feliz tal y como lo soñé.
No voy a contar mi sueño. Porque acabo de aprender que las cosas que están en mi corazón son inexorables para el resto del mundo. Que si no quiero compartirlas, serás secretos por siempre. 
Serán cosas indudables. No tendrán ningún resultado positivo, porque son cosas intangibles e inexplicables.
Porque son cosas exclusivamente mías. Y nadie excepto yo puede cambiarlas.
Y a veces incluso, ni depende de mí.

Qué bello, sí.




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